Discurso de Javier Lambán en el Día de Aragón. Palacio de la Aljafería

El presidente de Aragón destaca la imposibilidad de un proyecto  de éxito en Aragón si no hay un proyecto de éxito en España». Por eso, dice, «hoy más que nunca, ejercer de aragonesistas significa sentirse concernidos por la deriva del país y por el empeño de reconstrucción de una idea de país inclusiva y acogedora».

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE ARAGÓN, JAVIER LAMBÁN

Día de Aragón. Palacio de la Aljafería. 23.04.18

 

Señora Presidenta de las Cortes de Aragón; Señor Justicia de Aragón; entidades y personas galardonadas, premiadas por la Cortes y por el Gobierno; diputados y diputadas de las Cortes; autoridades civiles y militares, queridas amigas, queridos amigos:

El recuerdo de las personas que a lo largo de su vida han atesorado méritos y virtudes sobresalientes, aparte de reconfortarnos, resulta siempre un ejercicio cívico muy útil. Por eso, en el día de hoy, quiero empezar mi intervención compartiendo con todos ustedes la memoria de don Manuel López, que fuera Premio Aragón 2017, y que nos dejó hace algunas semanas.

Quiero, cómo no, sumarme al reconocimiento a las seis investigadoras que han obtenido el Premio de las Cortes de Aragón de una manera absolutamente merecidísima. Ellas representan, a mi modo de ver, los dos elementos más característicos  del cambio civilizatorio que está ocurriendo en el  mundo y que nos encamina hacia una sociedad mejor; en primer lugar la irrupción de la mujer, justa por una parte y absolutamente exitosa por la otra, en todas y cada una de las actividades públicas, lo cual nos obliga a todos a redoblar esfuerzos para que las brechas todavía existentes de desigualdad entre hombres y mujeres se cierren pronto.

Representan también a la ciencia, a la investigación,  al conocimiento y, teniendo en cuenta que el conocimiento va a ser el principal factor de crecimiento y de generación de bienestar social  en el mundo en el que nos abocamos a vivir, me parece que difícilmente, Presidenta, se podía acertar tanto en la designación de estas seis mujeres para denotar la voluntad general del pueblo aragonés de ganar  posiciones en ese nuevo mundo que se avecina.

Querido Luis, tu medalla -te voy a tutear, permítemelo- es una medalla a la capacidad de tender puentes, a la capacidad de diálogo, a la capacidad de la imaginación, a la capacidad de la animación cultural en el más eficaz y mejor sentido de la palabra. Y lo digo antes de dirigirme a los agentes sociales, porque la cultura, además de un derecho a la creación y al disfrute de la misma, es y debe ser una industria generadora de un empleo de calidad, generadora de riqueza y además generadora de una de las mejores  imágenes de marca con las que Aragón  puede proyectarse al mundo, como tú, Luis, te has encargado de demostrar siempre.

Y en cuanto a los agentes sociales, Premio Aragón 2018, serían redundantes mis palabras respecto a lo que ya se ha dicho. Representan a una de las mejores partes  de la sociedad aragonesa; representan al mundo de la iniciativa económica y al mundo del trabajo.

Aragón está creciendo por encima de la media española, en Aragón se está generando más trabajo que en el resto de España y eso es mérito de los trabajadores y de los empresarios y es también mérito del diálogo entre ellos, porque la generación de un clima de paz social se convierte en un potente tractor de inversiones, en un potente tractor generador de oportunidades.

Se puso de manifiesto de forma absolutamente clara en el mes de enero, en la negociación del convenio de Opel. Saludo desde aquí a su director. Pasamos unos días sobrecogidos porque sabíamos lo que estaba en juego y el feliz desenlace de aquella negociación ha supuesto reforzar a la automoción aragonesa como uno de los puntales  de nuestra economía, en uno de los sectores estratégicos en los que más podemos confiar  de cara al futuro.

Por lo demás, queridas amigas, queridos amigos, es éste un año pródigo en efemérides  de mucha significación. Este año se celebra el Noveno Centenario  de la incorporación de Zaragoza al reino de Aragón. En 1118 aquel rey guerrero y político, comparable a los más brillantes de la Europa medieval, Alfonso I el Batallador, conquistó Saraqusta  que era, por habitantes, la cuarta ciudad de Al-Andalus,  solo por detrás de Sevilla, de Toledo y de Córdoba. Aquello significó  la consolidación definitiva de Aragón como un actor llamado a desempeñar papeles muy relevantes en la Europa de su tiempo y en la Europa de los siglos posteriores. Aragón respiro en aquél momento con fuerzas de gigante y reveló su clarísima vocación de no dirigir sus energías hacia adentro sino de hacerlo hacia afuera. Reveló que donde más desarrollaba  su genio como pueblo, donde más desarrollaba su genio como comunidad política era precisamente proyectando esas energías hacia el exterior, siendo motor  de una de las formaciones políticas más importantes de la Europa medieval, la Corona de Aragón, y en un momento determinado siendo coartífice también de la unificación dinástica de las Españas a través del matrimonio de Fernando II con la castellana Isabel I.

Y este año se celebra también el cuadragésimo aniversario de la aprobación de la Constitución, hecho central de una Transición que asombró al mundo, de una Transición de la dictadura a la democracia producido de una manera virtuosa por una excelente generación de políticos  españoles  y que tuvo entre sus elementos más importantes  el de la creación del Estado de las Autonomías.

Aquello supuso que en el mes de abril del año 1978 se pusiera en marcha, como ente preautonómico entonces, la Diputación General de Aragón. Después de 271 años sin instituciones de autogobierno, después de los Decretos de Nueva Planta  que, por cierto, lejos de perjudicar a Cataluña y al País Vasco lo favorecieron siempre -los Borbones, las dictaduras, la República, todos los regímenes han favorecido a Cataluña y País Vasco en detrimento de los demás-, después de estos 271 años Aragón recuperaba sus instituciones propias y a fe, queridas amigas, queridos amigos, que el autogobierno le ha sentado de maravilla a nuestra Comunidad.

Hemos podido organizar los servicios públicos a nuestro modo y acomodándolos a las demandas de la ciudadanía. Por eso es por lo que estos tres últimos años los presupuestos de Sanidad, Educación y Políticas Sociales han crecido en Aragón más que en ninguna otra  Comunidad  de España, doblando la media.

Nos hemos dotado a través del Estatuto de Autonomía  de un potente elenco de derechos  y de los instrumentos apropiados para defender esos derechos, los hidráulicos y todos los demás.

Y, por otra parte, hemos sido capaces de desplegar todas las capacidades de la Comunidad, las capacidades creativas de la cultura o de la industria o la economía en general, todo el inmenso caudal de talento que tiene esta sociedad y que durante demasiado tiempo permaneció anulado por la falta de voz política, por la falta de instrumentos políticos que los impulsaran y les despejaran el camino.

Hay otra capacidad más producida por el autogobierno. Pero a ella me voy a referir de manera más extensa.

Señora y señores, diputados, diputadas: somos españoles porque  antes fuimos aragoneses. Eso quiere decir que somos parte constitutiva de España, de este gran país, y por tanto nuestro devenir está absolutamente asociado al devenir del conjunto de España, al devenir del resto de los españoles. Pero, a la vez, somos, en cierto modo, parte constituyente, es decir, en cierto modo,  parte fundadora, y eso carga sobre nuestros hombros una responsabilidad añadida.

Durante mucho tiempo hemos vivido ajenos al ejercicio de esta responsabilidad. Pero ha llegado el momento, queridos amigos, ha llegado la hora en la que ya no podemos desentendernos. Tres crisis asolan a España de norte a sur, de cabo a rabo, de este a oeste; una crisis política, una crisis social y una crisis territorial, capaces cada una de ellas por separado de inquietarnos seriamente, revestidas de tal magnitud que van a ser necesarios nuestros mejores esfuerzos para superarlas.

Una crisis política que ahora mismo atasca, con demasiada frecuencia, el funcionamiento normal de las instituciones.

Una crisis social heredada de una crisis económica superada como tal pero que ha dejado heridas sociales muy profundas y  desigualdades absolutamente insoportables

Y una crisis territorial cuyo detonante para estallarnos en la cara de manera clamorosa ha sido el proceso separatista de Cataluña.

La responsabilidad de los destrozos  que ese proceso está  causando recae fundamentalmente y por activa en los propios separatistas. Pero no podemos ignorar, señoras y señores, que todos, de una forma u otra, hemos sido responsables. No podemos olvidar que el Estado, desde hace muchos años, se ha retirado de Cataluña renunciando a ejercer sus competencias como hace en el resto de las comunidades, tratando así de aplicar una especie de política de apaciguamiento dirigida a saciar los apetitos independentistas y que, como todas las políticas de apaciguamiento que en la Historia han sido, ha surtido  justamente el efecto contrario.

Tres crisis, por tanto, graves las tres, potentes las tres, pero que producidas simultáneamente, producidas al mismo tiempo, retroalimentándose, han multiplicado  exponencialmente su efecto destructivo hasta hallarnos en este momento, señoras y señores, sumidos en una crisis nacional de una vastedad y de un calado como yo,  a lo largo de mi vida y tengo ya 60 años, no podía imaginar que fuera a vivir.

Insisto en que todos -de una u otra forma-  hemos sido responsables porque desde hace mucho tiempo  hemos desertado de la tarea de reivindicar España como el gran país que es; de la obligación de reivindicar una idea de España seductora y acogedora para todos los territorios españoles y para todos los sectores de la sociedad.

Por una parte ha habido quienes han intentado recentralizaciones del Estado y visiones de España que suponían una vuelta indeseable a otro tiempo.

Por otra parte ha habido quienes han identificado torpemente la defensa de la unidad de España con una indeseable reivindicación del franquismo.

Ha habido quienes, de una manera absolutamente equivocada, han entendido que la Transición fue una operación política fallida  que dio, por tanto, origen a una democracia ilegítima.

Han entendido también que cabía atribuirles  a los nacionalismos periféricos una superioridad moral de la que carecen  absolutamente.

Ha habido sectores de la sociedad española -y sigue habiéndolos- que se avergüenzan de nuestra historia y de nuestra cultura y que siguen presos de ese complejo  atávico que nos ha hecho sentirnos inferiores –de modo totalmente injusto- a los países de nuestro entorno.

No podemos persuadir a nadie de que permanezca en una casa que ni a nosotros mismos parece gustarnos

Y, por eso, creo sinceramente que ha llegado el momento de reivindicar a España como el gran país que es; de reivindicar a España como un país acogedor y seductor para todos.

De reivindicar a España como el país que se hizo universal a través de su historia y de su cultura hace 500 años, de reivindicar la España de Lope de Vega y de Quevedo pero también de los hermanos Argensola o  de Gracián.

De reivindicar la España de las Cortes de Cádiz que dieron al mundo el término «liberal»; de reivindicar la España de la  Institución Libre de Enseñanza, de Machado y de Azaña pero también de Menéndez Pelayo; de reivindicar la España de Ortega y Gasset y Eugenio D’Ors pero también de  Lucas Mallada o del gran Joaquín Costa.

De reivindicar la España de la Residencia de Estudiantes donde convivieron  tres de los genios más importantes de la cultura universal del siglo XX, el andaluz Lorca, el aragonés Buñuel y el catalán  Dalí o, por ir a tiempos más cercanos, de reivindicar la España de Camarón de la Isla, de Joaquín Sabina, de Joan Manuel Serrat o de José Antonio Labordeta.

De reivindicar la España regida por una de las Constituciones  más avanzadas del mundo en libertades  y en derechos; la España dotada de un sistema político con más calidad democrática que muchos de los países de nuestro entorno; la España, señoras y señores, que es en este momento uno de los países  más descentralizados del planeta.

Ha llegado la hora de reivindicar la España como espacio de la ciudadanía, como espacio de solidaridad, con una caja única de la Seguridad Social como principal instrumento y símbolo de esa solidaridad, que debería complementarse, por cierto, en este momento, con nuevo contrato social después de que el que existía antes saltara por los aires a comienzos de la crisis del año 2008 y no hayamos sido capaces hasta ahora de recomponerlo.

Ha llegado el momento de aglutinarnos todos en torno a un patriotismo constitucional  fuerte, en torno a la Constitución y en torno a una idea compartida de nuestra historia y de nuestro futuro y en torno a un compromiso efectivo de reparto justo de la riqueza y del trabajo.

La pregunta siguiente, queridas y queridos amigos, es si hay alguien capaz de liderar ese gran empeño y, en caso de existir varios, quién es el más adecuado para hacerlo. Pero yo esta mañana  y en este escenario no entraré en semejantes trinidades.

Les diré, en todo caso, que nadie puede sentirse ajeno  a ese empeño, que es seguramente  el más importante del tiempo presente, que es seguramente el afán primordial de los españoles del tiempo presente.

Y les diré también que, en ese empeño, al igual que lo hizo en la Edad Media, Aragón  tiene que volver a respirar con fuerza de gigante.

Les diré que tenemos que sentirnos concernidos por lo que ocurre en nuestro país porque un proyecto aragonés de éxito será absolutamente imposible  en un proyecto nacional fallido.

Y les diré que el  Estatuto de Autonomía  nos da también instrumentos  para avanzar en esa dirección, siendo ésa la cuarta dimensión del autogobierno recuperado a la que me refería al principio de esta intervención.

Presidenta de  las Cortes, galardonados: disculpen mi insistencia en la imposibilidad de un proyecto  de éxito en Aragón si no hay un proyecto de éxito en España. Por eso, en mi opinión, hoy más que nunca, ejercer de aragonesistas significa sentirse concernidos por la deriva del país y por el empeño de reconstrucción de una idea de país inclusiva y acogedora.

Por eso,  queridas amigas, queridos amigos,  si el 23 de abril es el Día de Aragón por excelencia, este año, en mi opinión, es imposible celebrarlo sin sentir a España en el corazón, como la tuvieron en el corazón millones de hombres y mujeres de izquierdas y de derechas a lo largo de la Historia, en su pueblo natal o en el exilio allende del Atlántico.

Y tengamos más presente que nunca que, como decía Emilio Castelar, uno de los presidentes de la Primera República Española, «el día en que sepamos a ciencia cierta lo que valemos valdremos mucho más, porque nos dará fuerza la confianza en nosotros mismos y el orgullo dejará de ridiculizarnos»

Feliz Día de Aragón a todos los aragoneses y un abrazo fraternal al resto de los ciudadanos españoles.

Muchas Gracias.