Artículo publicado en Tribuna Feminista (ElPlural.com), el 12 de marzo de 2018 Por Natalia Salvo Casaús, Directora del Instituto Aragonés de la Mujer |
Es difícil explicar con palabras lo que sentimos el 8 de marzo en Zaragoza, lo que se sintió en cada rincón del mundo. Es complejo describir el cúmulo de emociones, sentimientos, anhelos guardados tras un grito feminista. Es imposible expresar las miradas de complicidad, el reconocimiento entre mujeres del que hablaba Beauvoir, y que estaba allí, presente, en cada lugar, en cada rostro, en cada palabra.
En cada una de las movilizaciones que recorrieron el mundo estaban los cuerpos de Butler, las sexualidades de Millett y todas y cada una de las reivindicaciones de Friedan. Estaban las cansadas de Varela, las hastiadas de Lorde y las idénticas de Amorós. Allí estábamos todas, diversas, únicas… sórores.
El pasado 8M yo paré. Paré porque se lo debo a las que nos conquistaron derechos políticos. Paré por Clara Campoamor, Emily Davison y todas las sufragistas que no sólo abrieron camino al feminismo sino también al pacifismo. Paré por todas las que consagraron su vida a la lucha por nuestros derechos educativos, para que las que hemos llegado después hayamos podido estudiar y acceder a la universidad. El pasado 8 de marzo paré por las que pelearon, y pelean, contra viento y marea, por nuestros derechos laborales, porque gracias a su lucha una hija de trabajadores, como yo, ha podido ir a la universidad y trabajar. Paré por las que han derribado techos en las ciencias, el deporte, las letras y las artes. Paré por las que colgaron delantales y gritaron bien fuerte que la conciliación, si no es corresponsable, es un timo más. Paré por las que en los 70 lucharon contra el perverso ideal del “ángel del hogar”, y por las que hoy luchan contra el dañino ideal de la “superwoman”. Paré por todas mis hermanas feministas y, también, por los derechos de las que reniegan del feminismo. Paré por todas las revolucionarias, por todas las pioneras. Paré por las violentadas, mutiladas, tratadas, prostituidas y violadas… paré por todas las que no pueden parar.
Paré por aquellas cuyos nombres resuenan con fuerza y por las que, como decía Silvio Rodríguez, son desconocidas, tan gigantes que no hay libro que las aguante. Paré por todas aquellas que han contribuido a que la igualdad dejará de ser una utopía. Paré por todas las mujeres de mi vida. Paré por mí y por todas mis compañeras. Paré porque, sin mujeres, el mundo se para.
El 8 de marzo de 2018 se escribirá en los mejores libros de nuestra historia. Fue el grito que emana de una trayectoria de reivindicaciones y luchas que vienen desde la Transición, mucho antes incluso. La entrada de las agendas feministas en los gobiernos y el impulso de leyes tan importantes como la Ley de Igualdad entre Mujeres y Hombres; la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo; la Ley contra la Violencia de Género o la Ley de Titularidad Compartida, han sido también fundamentales para propiciar el fervor social en pro de la igualdad. Ahora ese cúmulo de emociones, esos gritos de libertad, debemos transformarlos en realidad. En una realidad que pasa por avanzar en sociedades feministas, justas, solidarias y libres de violencia contra las mujeres.
Hoy me reivindico con más fuerza, si cabe, en todas las mujeres que alzaron, y alzan, su voz contra el patriarcado. En las teóricas feministas de las tres olas que, como dice Nuria Varela, han sido las linternas que han mostrado las sombras de todas las grandes ideas gestadas y desarrolladas sin las mujeres y, en ocasiones, a costa de las mujeres. Me reivindico en los avances legislativos en materia de igualdad de las últimas décadas. Me reivindico en cada rostro, en cada lucha en virtud de la igualdad real de mujeres y hombres. Y lo hago por justicia, por reconocimiento y por memoria histórica feminista.
Al feminismo le debo las tres cosas más valiosas que tengo: derechos, libertad y felicidad. ¡Gracias por tanto, gracias por todo!