Aragón está conociendo en los últimos años, con el concurso de todos, una evolución favorable de sus expectativas como no había conocido en su historia reciente. Es necesario ponerlo así de manifiesto ya que puede suceder que, debido a los temores y actitudes generadas en los aragoneses a consecuencia de la herencia de anteriores gobiernos y sus correspondientes políticas, no hayamos apreciado en toda su dimensión la favorable evolución que la Comunidad Autónoma aragonesa está teniendo en sus aspiraciones de futuro.
Cuando en la campaña electoral de 2003 los socialistas apostamos a un segundo mandato para conseguir la necesaria estabilidad institucional como elemento fundamental para garantizar un periodo de progreso algunos no le daban la importancia que posteriormente ha tenido.
Sin que pueda achacarse únicamente a la novedad de que por primera vez un Gobierno en Aragón ejerza durante seis años, está claro que ese factor ha propiciado la continuidad de unas políticas que para dar su fruto necesitan de algo más que ser enunciadas, y apenas iniciadas, en el breve periodo de cuatro años que dura una legislatura.
Las comunidades autónomas que han tenido la posibilidad de contar con esa garantía de permanencia han sido, sin duda, las que mayor progresión y proyección han tenido.
A la Presidencia de Marcelino Iglesias y a la estabilidad del pacto con el Partido Aragonés se ha unido la existencia de proyectos que han ahormado la conciencia de los aragoneses como tales y la posición estratégica de nuestro territorio en el conjunto de España. Unas veces por la defensa de nuestros intereses en la lucha contra el trasvase del Ebro y otras por la puesta en valor de nuestra posición estratégica, hoy Aragón puede mirar con optimismo su futuro.
El diálogo entre las fuerzas políticas aragonesas, más allá del desencuentro del trasvase, es también un nuevo valor con pocos precedentes que tiene una gran influencia en la creación de ese clima propicio al optimismo. Si conseguimos continuar sacando del debate de las discrepancias materias tan constituyentes como la política hidráulica y la reforma estatutaria, si continuamos con un apoyo cerrado al proyecto de la Exposición Internacional de Zaragoza, si concretamos en el Plan Estatal de Infraestructuras de Transporte las obras que nos llevarán a tener unas comunicaciones propias de este siglo, para lo que contamos con un consenso de partida, el futuro inmediato de Aragón estará más definido que nunca en positivo.
Referentes en logística, con un proyecto cono PLAZA, la mayor iniciativa de creación de empleo nunca promovida por una administración en Aragón, avanzados en reciclado, inquietos por las energías renovables, con un activo ambiental con grandes posibilidades, con perspectivas de disponer de agua regulada, con buenas prestaciones sociales, con infraestructuras educativas y universitarias de prestigio, los aragoneses tenemos las bases suficientes para seguir progresando.
Crecemos sostenidamente por encima de la media española, nuestro nivel de paro es casi inexistente entre los hombres y disminuye significativamente entre el colectivo femenino, cada vez más dispuesto a integrarse en el mercado de trabajo.
No es mi voluntad decir que no hay problemas. Los hay. El principal nuestra despoblación. El futuro de actividades extractivas y de un sector primario que continúa en un proceso de adaptación duro que pone su futuro en riesgo todos los años. Las comunicaciones a través de la frontera francesa, asunto en el que Aragón ha de hacer valer ante todas las instancias toda la fuerza de sus razones, dentro de lo que son las competencias de las numerosas administraciones implicadas.
Medidas como la comarcalización, la acogida gradual y razonable de inmigrantes, los programas de industrialización agraria, la promoción turística, el plan de la minería etc., son actuaciones que tendrán que dar su fruto.
Aragón, más que nunca es dueño de su futuro y va a serlo más. Las bases están sentadas y las actitudes dispuestas. No es un éxito de nadie, es el resultado lógico del trabajo de la mayoría y el efecto de un deseo que durante años hemos tenido helado bajo la capa de niebla de nuestros valles y que por fin está despertando con fuerza: ser más que nunca aragoneses en un Aragón con futuro.